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lunes, 27 de febrero de 2012

SITUACIÓN DEL SECTOR LECHERO EN COLOMBIA

Juan Vélez y Maurico López, docente de economía de la Universidad de Antioquia y coordinador del Grupo de Macroeconomía Aplicada de la misma universidad, nos dan su opinión sobre el panorama del sector lechero en Colombia.

Por Santiago Castro V.

miércoles, 22 de febrero de 2012

"TODOS MERECEMOS UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD"


Lo primero que encontré al llegar al edificio en el que reside Jaime fue un timbre con su nombre. Después de un rato la puerta se abrió y vi su figura en el tercer piso, halando  la puerta con una cuerda. Subí las escaleras y, después de un apretón de manos, debimos bajar por otras escaleras para llegar al lugar en el que vive, situado en la parte de atrás de la casa.
Un pasillo lleno de objetos varios daba lugar a su habitación, la cual estaba repleta de pinturas, libros, alambres, lápices y todo tipo de materiales que le servían para cumplir con su trabajo; además de todos sus utensilios, su ropa y un pequeño fogón en el que cocina sus alimentos. Jaime argumenta que tiene su habitación llena de cosas porque ir en busca de materiales le haría perder tiempo valioso. “Mi habitación es mi mundo, mi taller, mi rincón de conocimientos; aquí tengo todo lo que necesito; yo diría que es como una chatarrería”.
Jaime Lince Duque nació en Itagüí en 1954 y ha vivido siempre en la misma casa en el barrio Asturias, también en Itagüí. Es un hombre delgado y alto, de piel trigueña y cabello crespo, un poco grisáceo. Viste una camisa blanca de rayas verticales y una sudadera gris, que según él se puso especialmente para esta entrevista.
Comienza contándome que la época en que cursaba bachillerato en el Instituto Cristo Rey fue cuando comenzó a consumir marihuana, pues, argumenta, tenía un gran auge entre los jóvenes. Al terminar el bachillerato se presentó a la Universidad de Antioquia a biología, pero no pasó porque el puntaje de corte en el examen de admisión era demasiado alto.
Como no pudo seguir estudiando se dedicó a trabajar, primero durante tres años en una empresa de fabricación de enchufes plásticos y luego por cinco en una fábrica de cobijas. “Después me dediqué a trabajar por mi cuenta, me volví un todero, trabajé en construcción, como ebanista, en todo lo que apareciera” y “hace unos quince años los vecinos empezaron a consultarme las tareas y a pedir que les hiciera trabajos”.
Después de que terminó su último empleo formal, Jaime se dedicó a vagar y a fumar marihuana por los alrededores del barrio Asturias. Duró aproximadamente diez años como habitante de la calle. Rememora que un típico día suyo en la calle comenzaba por ahí a las diez de la mañana y consistía en reunirse con sus amigos al frente de la escuela Diego Echavarría, donde fumaban marihuana y hacían “locuras”. Sin embargo, aclara que nunca dejó a un lado la actividad intelectual.
Describe la época que estuvo en la calle como un tiempo perdido, porque el vicio lo alejó de sus amigos y familiares, y lo hizo descuidar su salud y su presentación personal.
Mientras nos encontramos sentados en su cama, el único lugar  ‘despejado’ de su habitación (a pesar de que tiene encima una impresora y varias repisas), Jaime me dice que como la marihuana ya no le surtía el mismo efecto después de diez años de fumarla, se decidió a probar otra droga: el bazuco.
Recuerda que el deterioro fue muy progresivo, tanto que afirma que no le importaba que lo mataran en una esquina. Sentía que la sociedad lo rechazaba y que era visto como un estorbo. Además ya no le importaba su familia, consideraba que ya no era parte de ella y afirma que no le importaba si se morían o algo le pasaba a alguno de ellos.
Mientras se encontraba viviendo en la calle le dio dengue. Intentó curarse ingiriendo tres medicamentos al tiempo, pero éstos, combinados con su alimentación deficiente y la falta de sueño, le causaron una baja en la presión arterial. “Estaba a dos cuadras de mi casa, sudaba frío, fui perdiendo el conocimiento hasta que caí en un antejardín de una casa". Los vecinos acudieron a socorrerlo y Jaime se recuperó poco a poco.
Después de eso Jaime se dio cuenta de que no había llegado el momento de su muerte, de que no se podía dejar vencer por el vicio. Entonces se propuso dejar las drogas tras veinticinco años de estar consumiéndolas. Lo primero que hizo fue hablar con su familia, que le brindó un apoyo incondicional.
El proceso Jaime lo describe como de “auto convencimiento”, empezó a contar cada día que pasaba. A los quince días de la decisión sus familiares recogieron sesenta mil pesos y se los dieron para probar su voluntad: “En esa época yo me pude haber comprado ciento veinte bazucos”.
"Yo salía al balcón y todavía me tentaban las ganas, todavía sentía en el olfato y en el gusto el sabor de un bazuco, a pesar de haberlo dejado hace ya varios días". Después de un mes sin consumir, su organismo empezó a recuperarse  y se dio cuenta de que le quedaba mucho tiempo libre, por lo que se fijó un horario para leer y ver televisión, lo que le permitió administrar su tiempo libre y, poco a poco, empezar a trabajar en artesanías. Jaime cuenta que después del mes ya era capaz de ir donde sus amigos, estar rodeado de consumidores y no recaer.
“Pasar de la calle a una casa es un cambio muy grande, puesto que en la calle uno está dispuesto a que lo maten por cualquier cosa; en cambio, cuando uno vive en una casa la sociedad lo mira a uno con otros ojos, ya a vos te tienen en cuenta”.
Después de ver su recuperación, algunos de sus vecinos empezaron a preguntarle cómo se resolvía un ejercicio de matemáticas o si podría ayudarles con una maqueta; al ver que él era capaz de resolver inquietudes y  que tenía grandes habilidades para los trabajos manuales, empezaron a frecuentarlo más seguido. La voz se regó entre personas en el colegio y en el mismo vecindario, quienes se volvieron sus clientes frecuentes.
El secreto de su ingenio para las manualidades es hereditario, dice Jaime, pues su madre era una excelente artista que siempre fomentó su creatividad. Comenta que aprendió de ella que cualquier cosa se puede reutilizar y que, como él, todos merecen una segunda oportunidad.
Jaime resalta la resistencia que tuvo su organismo para rehabilitarse porque, como él dice, “el mundo de las drogas es una cosa dura y no todo el mundo nació para esto, agradezco que no estoy bajo tierra” y cuenta que ahora ve su vida como útil para la sociedad. Aunque considera que las drogas le afectaron sus horarios de sueño, pues se acuesta más o menos a las cinco de la mañana y se levanta a la una de la tarde."El horario mío está volteado hace unos veinticinco años debido a que las drogas no me dejaban dormir temprano y esto, por veinte años, termina por dañar el reloj biológico".
Jaime se sostiene económicamente con la elaboración de tareas y trabajos manuales, sumados a la ayuda de algunos de sus familiares. "Uno de mis hermanos, que vive en Estados Unidos, fue quien me regaló el computador que me ha permitido hacer los trabajos con mayor facilidad y además se ha convertido en una puerta al mundo".
Para terminar le pregunté a Jaime cómo describiría su vida. Él se quedó en silencio por un momento, contemplando con sus ojos vidriosos las luces titilantes de su cuarto y escuchando el pasar del agua por las tuberías. Más tenues eran los ruidos de los otros habitantes del edificio, sus familiares. De repente, con una voz un poco melancólica pero firme, me dijo: "Yo vine a servirle al mundo, cada uno tiene una forma de ayudarles a los demás, la mía es con los trabajos y las manualidades. Ya a mi edad, sesenta años, puedo decir que voy a morir tranquilo".


Por Santiago Castro V.