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sábado, 4 de agosto de 2012

EL JARDÍN DE LA ESPERANZA

Diez meses después de haberse inaugurado el “Jardín para no olvidar”, familiares de los desaparecidos regresan para resembrar plantas e ilusiones de encontrar a sus seres queridos. Dos de ellos nos cuentan su historia.

Ana Zapata golpea con el azadón la tierra para removerla y sembrar nuevas esperanzas. Ella hace parte de la asociación Caminos de Esperanza - Madres de la Candelaria, organización fundada en 1998 como respuesta a las numerosas desapariciones forzadas que se presentan en Antioquia.

 El 30 de agosto de 2011, la Alcaldía de Medellín, en la conmemoración del Día Internacional del Detenido Desaparecido, les dio a las Madres de la Candelaria la responsabilidad de cuidar el  “Jardín para no olvidar”.

Este Jardín; ubicado en los 20 mil metros cuadrados de espacio abierto con los que cuenta, el aún en construcción Museo Casa de la Memoria; surgió de la necesidad de las víctimas de la desaparición forzada que, según el Registro Nacional de Desaparecidos, a noviembre de 2011, reportaban un total de 16.907 casos. 

También nació con la idea de recordar a esos seres queridos y concientizar a las personas que no se han visto afectadas de la gravedad de este flagelo en el país.

Ana, junto a sus compañeros de la asociación, regresa diez meses después al “Jardín para no olvidar”, aún con el anhelo de encontrar a sus hermanos. “Ellos desaparecieron entre Porce y San Roque, el 14 de enero de 2003, cuando fueron detenidos en un retén de los paramilitares”, recuerda, sin dejar de clavar el azadón en la tierra. 

Uno de ellos fue asesinado aunque sus restos no han sido encontrados; el otro, se encuentra desaparecido. Ella ha hecho de todo para dar con su paradero. Gracias al Programa de Atención a Víctimas del Conflicto Armado, de la Alcaldía de Medellín, pudo estudiar hasta el grado noveno. 

Allí estudió con paramilitares desmovilizados con los que trató de obtener información del Bloque Metro, al mando de Carlos Mauricio García Fernández, alias  Doble Cero, que al parecer sería el responsable de las desapariciones.

Aunque Ana no consiguió información sobre el paradero de sus hermanos, la experiencia le sirvió para conocer otra mirada del conflicto. “A esa gente no la juzgo, no sé qué motivos tuvieron para llegar a coger las armas. Son personas que están tratando de cambiar, de salir adelante”, dice.

“No creo en los paramilitares, no creo que se pueda hacer un proceso de paz. Para mí, ellos siempre seguirán delinquiendo”, dice Carmen David, asociada a las Madres de la Candelaria desde 2008, a quien el 5 de noviembre de 1999 le desaparecieron a su esposo y un hijastro en el Magdalena medio.

Aduce que “Ramón Isaza (jefe de las AUC en el Magdalena Medio) confesó que fue el autor de los hechos, pero todavía no ha confesado dónde los tiró. Dice que fueron sus hombres, pero sin su consentimiento”. Dice con resignación Carmen, mientras lleva una gran cantidad de rastrojo en sus manos, que se había acumulado en los diez meses que lleva de inaugurado el jardín.  

Alexander Giraldo, sicólogo del Programa de Atención a Víctimas del Conflicto Armado de la Alcaldía de Medellín, quien ha acompañado la jornada de mantenimiento del Jardín, explica su importancia. 

“Cuando hay una persona desaparecida se corta el vínculo físico entre los familiares. Lo que se pretende con el jardín es crear un vínculo desde lo simbólico con lo real, que en este caso sería una planta. Ellas vienen y las cuidan, además hay unas placas que refuerzan ese recuerdo, con las que se simboliza a sus familiares”.



Por Santiago Castro V.

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